Universidad Rutherford {Élite}

Estas dos palabras escritas en letras enormes y doradas se podían divisar en la parte superior del enorme letrero nuevo situado justo a la entrada del sitio que, desde ahora, sería su nuevo hogar. Sólo las letras pequeñas, pero también doradas palabras que se encontraban debajo de las primeras llamaban má }s su atención.

Eran la clase de palabras que quedaban con el lema y misión típicos de todas las Universidades que se preciaban de serlo. Pero por alguna razón, parecía que debía tomárselas en serio.

Bajó del auto y tomó su maleta, mientras veía como algunos alumnos llevaban puesto un… ¿uniforme? Revisó el ya viejo y maltratado panfleto que había conseguido hacía algunos meses, al visitar ese lugar por primera vez. No decía nada de Uniformes, tal vez fuera sólo alguna clase de novatada, o cosas de fraternidades, o incluso podía ser que lo usaran los miembros de clubes o equipos deportivos.
Se encogió de hombros y siguió su camino por el campus, buscando el edificio que se le había asignado. Se quedó mirando un momento a una chica que, trepada en los hombros de un enorme jugador de basquetbol, hacía un esfuerzo descomunal por estirarse lo más posible y pegar un cartel en lo más alto de la pared. Intentó leer lo que decía el cartel, pero justo entonces chocó con un chico que llevaba una engrapadora y montones de panfletos en la mano, parecidos al viejo y maltratado que llevaba guardado en el bolsillo de la chaqueta. Enfadado, miró a quien se había atrevido a chocar con él, pero le echó un vistazo rápido a su vestimenta y alzó los pulgares en seña de aprobación justo antes de alejarse y pegar uno de los panfletos en la pared junto a la chica que ya había conseguido pegar el cartel, y se bajaba de los hombros del presunto jugador de básquet.
Justo entonces, un muchacho con una cámara de video grababa a una chica que hablaba con lo que parecía un micrófono, mientras ella señalaba al alumnado que deambulaba por los pasillos de la Universidad.
“…alumnos se niegan al nuevo régimen establecido por la directora Biedderman, quien ha tomado las riendas de la escuela desde que Adam Blake fue removido del cargo por el Consejo Universitario. Recordemos que el principal argumento para despedir al profesor Blake fue la supuesta falta de disciplina que había caracterizado al cuerpo estudiantil desde que éste tomó el cargo de director, hace dos años…”
La chica siguió parloteando mientras, detrás de ella, un grupo un alumnos con una manta se colocaban detrás de ella y comenzaban a gritar extrañas rimas sobre libertad y represión.
“…Esto se ha convertido en el caos total, el alumnado se divide entre los que han decidido aceptar el cambio y seguir adelante con el programa, y las antes llamados por Biedderman chicos problema que no están de acuerdo con las reformas que ha hecho la ya antes citada nueva directora de la Universidad Rutherford. Entre estas reformas destacan el uso obligatorio del uniforme completo, la asistencia obligatoria a las clases de Educación Física y el establecimiento de actividades extra curriculares (como la participación en equipos deportivos) como privilegios a los que nadie podrá acceder si no cuenta con un promedio mínimo.” Entonces la chica se giró hacia los protestantes de la manta, permitiendo que la cámara los tomara con mayor claridad y provocando que los gritos de protesta de éstos aumentaran.

El mensaje en sus rostros podía leerse aún mejor que en las mantas: no estaban dispuestos a aceptar aquello. Ni el despido de Blake, ni las reformas de Biedderman, ni los uniformes acartonados que a esas alturas de su vida habían dejado atrás hacía ya muchísimo tiempo para expresar su individualidad (como rezaban sus cantos de protestas). Los gritos eran ya tan fuertes que podían escucharse hasta el estacionamiento, atrayendo una multitud de alumnos uniformados y no uniformados. Aquello era ya la locura total, algunos profesores miraban aquella masa de jóvenes protestantes sin atreverse a hacer nada al respecto.

Entonces pudo escucharse un sonido por encima del jaleo que armaba la multitud, un sonido tétrico que presagiaba lo que venía a continuación. Las puertas de la secretaría se abrían de pa en par, dejando al descubierto a la mujer que provocaba odio, temor y respeto en los estudiantes al mismo tiempo, a pesar de que ninguno la había visto en persona hasta ahora.
Se hizo el silencio.

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